jueves, 17 de marzo de 2016

Paulatinamente

Paulatinamente, sonó el reloj aquel amanacer,todavía quedaban cuerpos demacrados en aquellos angostos túneles bajo París, la noche era asesinada por las luces de la mañana, luces que aclaraban el genocidio que ocurrió el día anterior, y el día anterior, y así hasta el principio de los días. Los adoquines estaban descolocados, desordenados, parecía que sobre ellos había pasado una manada de elefantes,
pero seguramente,realmente, lo que había pasado sobre ellos era el más basto ejército que la humanidad haya visto, aquello que también pertenece a nuestro mayor temor, fobias con un sentido personal, fobias que nadie entiende, simplemente fobias.

No,no estoy hablando de la guerra, pues nadie teme a los conflictos,ni tampoco a las confrontaciones; siempre nos hemos encontrado con ellos en la vida, y para sobrevivir, para aprovechar de verdad nuestro tiempo,hemos de superarlos.

Tememos a las consecuencias de la guerra, a la muerte, a la destrucción, al exilio de la gente, a mil versos asesinados por sus escritores, que fallecen por la falta de alegría, pues la guerra solo es una confrontación de emociones que solo provoca muerte y desilusión.

De nuevo,paulatinamente, sonó el reloj, esta ocasión sonaba en el atardecer, los cuerpos habían desparecido y tras ellos se habían dejado regueros de sangre, regueros que denotaban que habían sido arrastrados por animales huraños; la ciudad estaba destruida,la guerra había acabado con todo, y ya no se respetaban ni a los muertos.

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