Mi maravillosa cueva en penumbra,
que de todas las que hay sólo existe una,
donde todavía perdura toda aquella sangre,
de derramaron todos esos animales,
y que siguen todos esos deformados huesos,
que sólo pudieron recoger los dioses,
del ahora azul y soleado cielo,
y que ellos mismos enterraron en la noche,
aprovechando que seguía erguido el propio frío,
antes de que empezase el día y el calor,
y tras que los animales expusieran sus vestimentas,
y tras que los dioses hubiesen realizado sus hazañas y poseyesen testigos,
entonces rompiendo el frío del silencio sonó un único tambor,
haciendo que los dioses tras haber
pensado que eran inmortales
y haber terminado esos cientos de poemas
volvieron al cielo, pero primero soltaron mil piedras,
una para cada futuro y posible poeta.